Esa noche no será feliz ni infeliz. La vida se le ha convertido ahora en una sucesión de indiferencias. Quizás algún día, si vuelve a caminar, pase un mes o dos junto al mar y empiece a escribir la novela que desde hace tiempo lleva en la cabeza. Quiere contar la historia de un cantante de voz absoluta, capaz de alcanzar todos los registros, al que una madre satánica, asistida por una tribu de gatos callejeros, le cierra todos los caminos para que sea quien es. Ha pensado que el cantante debería llamarse con él, Carmona, y que el título de la novela podría ser La mano del amo, aunque esa idea, que le recuerda una etiqueta de discos para gramófonos, “La voz de su amo”, tal vez ya se le haya ocurrido antes a otro escritor.
Una reflexión de Pilles Deleuze que ha leído en Diálogos lo estimula a tomar apuntes para su proyecto. Deleuze dice allí que la sustancia de toda novela, desde Chrétien de Troyes a Samuel Beckett, es un antihéroe: un ser absurdo, extraño y desorientado, que no cesa de errar de acá para allá, sordo y ciego. La definición le parece demasiado simple, tal vez porque es demasiado horizontal. Para él, una novela es una abeja reina que vuela hacia las alturas, a ciegas, apoderándose de todo lo que encuentra en su ascenso, sin piedad ni remordimiento, porque ha venido a este mundo sólo para ese vuelo. Volar hacia el vacío es su único orgullo, y también es su condena.
El vuelo de la reina, de Tomás Eloy Martínez
Una reflexión de Pilles Deleuze que ha leído en Diálogos lo estimula a tomar apuntes para su proyecto. Deleuze dice allí que la sustancia de toda novela, desde Chrétien de Troyes a Samuel Beckett, es un antihéroe: un ser absurdo, extraño y desorientado, que no cesa de errar de acá para allá, sordo y ciego. La definición le parece demasiado simple, tal vez porque es demasiado horizontal. Para él, una novela es una abeja reina que vuela hacia las alturas, a ciegas, apoderándose de todo lo que encuentra en su ascenso, sin piedad ni remordimiento, porque ha venido a este mundo sólo para ese vuelo. Volar hacia el vacío es su único orgullo, y también es su condena.
El vuelo de la reina, de Tomás Eloy Martínez